El
estrés crónico es muy habitual y afecta a la salud del trabajador y a su
productividad, convirtiéndose en la mayor epidemia laboral del siglo XXI
La ansiedad o la depresión afectan al 24,6%
de la población adulta en el mundo. El estrés es ya la segunda causa de los
problemas de salud relacionados con el trabajo
Sudoración, palpitaciones,
temblores, taquicardia, mareo, nauseas, molestias estomacales, sequedad bucal,
dolor de cabeza, intranquilidad motora… Si tiene alguno de estos síntomas tal vez sufra estrés,
un problema que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha calificado como
‘epidemia global’ y que encuentra en los entornos laborales su caldo de
cultivo.
Diversos estudios indican que el estrés es ya la segunda
causa de los problemas de salud
relacionados con el trabajo. Patologías como depresiones, dolencias
cardiacas, alteraciones cardiovasculares, lesiones musculares, problemas
isquémicos o dermatológicos pueden tener su origen o verse agravadas por culpa
del estrés.
En 1956 el fisiólogo y médico austrohúngaro Hans Selye
tomó prestado el término de la física y la mecánica –donde el stress mide la
resistencia de los materiales- para denominar un cuadro clínico que él definió
como “la respuesta general del organismo
ante cualquier estímulo o situación estresante”. Una definición que ya
sugiere que este fenómeno no tiene por qué ser necesariamente nocivo.
El estrés es un mecanismo que nos mantiene alerta y nos
estimula psicológicamente para enfrentarnos a los problemas. Aumenta la
creatividad, nos impulsa a tomar la iniciativa y a que respondamos
eficientemente ante situaciones cotidianas. Un punto de estrés en nuestra vida
es saludable porque mantiene alta la atención y aumenta la productividad. Nos
da esa ‘vidilla’ tan útil, por ejemplo, cuando hay que hablar en público o
trabajamos con plazos ajustados.
¿Cómo
funciona este mecanismo?
Ante un estímulo externo nuestro organismo reacciona de
dos maneras posibles: huida o defensa.
Los problemas llegan cuando las demandas del estrés superan el umbral de lo que
estamos preparados para afrontar. El estrés se convierte entonces en un asesino
silencioso que paraliza al profesional. Una mayor auto exigencia en el trabajo
o la presión excesiva de los directivos provoca un aumento de la tensión
psicoemocional. Se produce entonces un desbordamiento
emocional en la persona, cansancio mental y ansiedad.
Detonantes
de las crisis
Las relaciones humanas y las fricciones del día a día son
una de las principales fuentes de esta afección. Un correo electrónico o una
llamada telefónica pueden ser el detonante de una crisis.
¿Cómo se
combate?
Por un lado, aprendiendo a gestionar los pensamientos
generadores de ansiedad y reeducando los patrones de conducta, y, por otro,
identificando los factores desencadenantes.
Inteligencia emocional, empatía, asertividad y una
comunicación fluida formarían parte de esa receta básica anti estrés, ya que,
el trabajo se gestiona mejor si se gestionan adecuadamente la emociones y los
pensamientos.
Los
compañeros y jefes tóxicos, también son un peligroso acelerador de esta dolencia.
El estrés es contagioso, por esta razón, se recomienda elegir cuidadosamente
las conversaciones en las que se participa en el trabajo. Si nuestros
compañeros son de los que se pasan la hora de la comida quejándose de lo mal
que va todo, más vale cambiarse mesa o comer solos. El sentido del humor es
otro eficaz antídoto. Ante situaciones de muchos nervios, una broma puede
ayudar a rebajar la tensión.
Por su tipo de actividad, existen algunos colectivos más
proclives a padecer estrés laboral. Profesores de secundaria o personal
sanitario entrarían en esta categoría. También aquellas profesiones que
trabajan de cara al público o las consideradas peligrosas como bomberos o
policías, si bien, éstas últimas gestionan mejor sus niveles de estrés gracias
a la actividad física que despliegan.
Por categoría profesional, los mandos intermedios son un grupo especialmente vulnerable debido a que sufren,
por un lado, la presión de sus superiores y, por otro, las quejas de sus
subordinados.
En cuanto a la edad, las personas mayores tienen más
experiencia y llevan mejor el estrés puntual. En cambio, son más propensas a
sufrir el síndrome de burnout
(quemado). Mientras que con los jóvenes sucede lo contrario: soportan peor los
picos de ansiedad, pero son más resistentes en el largo plazo.
Pero si el estrés es devastador para la salud de las
personas, también puede poner en serios aprietos a las empresas. Tener
empleados estresados significa duplicar los días de baja de la plantilla. Y no
se trata únicamente de los síntomas físicos; a nivel emocional el trabajador
también se ve seriamente afectado, lo que se traduce en una merma en su
rendimiento. Se modifica el estado de ánimo y el comportamiento. Incrementa la
inseguridad y las dificultades para concentrarse o tomar decisiones.
Con el objetivo de frenar el estrés de sus empleados,
cada vez más empresas ponen en marcha los llamados PROGRAMAS
DE BIENESTAR o wellness, que persiguen fomentar una cultura de hábitos
saludables dentro de la compañía. Se trata de crear entornos agradables para el
trabajo y que posibiliten una gestión inteligente del estrés para así evitar la
necesidad de un tratamiento médico.
Fomentar el
ejercicio físico moderado forma parte de esta labor de sensibilización, porque hay
una relación directa entre el bienestar físico y la productividad. Los
empleados que practican una actividad física de forma habitual tienen mayor
resistencia y están más capacitados para gestionar situaciones de estrés
laboral.
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