Viktor Frankl,
un psiquiatra austríaco que estuvo prisionero en los campos de concentración
nazis afirmó que “al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa, la
última de las libertades humanas: la elección de la actitud personal ante un
conjunto de circunstancias, para decidir su propio camino”.
Y
es que a lo largo de la vida estamos expuestos a disímiles situaciones,
enfrentamos numerosos obstáculos y sufrimos varios contratiempos. También
encontramos a personas que no son todo lo agradables que quisiéramos y que
incluso pueden hacernos mucho daño. En la mayoría de los casos no podemos hacer
nada para evitarlo. Sin embargo, podemos elegir cómo reaccionar. Después de
todo, en lo más profundo de nosotros, solo nos puede dañar aquel a quien le
hemos dado el permiso para hacerlo.
Cada
quien es responsable por sus acciones
Hay
personas que van por el mundo como si fueran camiones
de basura. Cargan sobre sus hombros una enorme dosis de resentimiento, ira, tristeza o miedo e intentan descargarla en
cualquier lugar. Son las típicas personas que reaccionan de manera exagerada
ante el menor estímulo y que, de forma consciente o no, hacen todo lo posible
por arruinarnos el día y a veces hasta la vida.
Se
trata de personas que responden atacando, descargando un rosario de quejas o
manipulando para hacernos sentir culpables. Podemos encontrar personas así por
doquier, lo mismo en la caja de un banco que en una oficina pública o incluso
puede que se trate de uno de nuestros amigos, nuestro compañero de trabajo,
nuestra madre o nuestra pareja.
Estas
personas se comportan así porque no han aprendido a ser asertivos en sus
relaciones interpersonales, porque no poseen las herramientas psicológicas
necesarias para hacerle frente a la adversidad y los problemas, por lo que
terminan perdiendo el control sobre sus emociones y comportamientos. Estas
personas son como bombas de tiempo emocionales dispuestas a estallar en
cualquier momento.
Obviamente,
los daños que causen serán su responsabilidad. La nuestra es no dejar que nos
envuelvan en sus redes.
Recibirás
lo que das
En
este sentido, la ley del karma es muy esclarecedora. Este principio budista hace referencia a la ley causa-efecto e
indica que nuestras experiencias son el resultado de nuestras acciones,
palabras y pensamientos. En práctica, todas nuestras acciones dejan huellas y,
con el tiempo, se generan los resultados.
Nuestra
mente y nuestra vida son como un campo, recogeremos lo que hayamos sembrado.
Las acciones, palabras y pensamientos virtuosos son semillas positivas de las
que recogeremos felicidad pero la violencia, el odio, la ignorancia, el egoísmo
y el resentimiento conducirán al sufrimiento. A veces esas semillas permanecen
ocultas en nuestra mente, hasta que se producen las condiciones necesarias para
que germinen.
Por
eso, cada persona tiene su propio karma, que depende exclusivamente de sus
acciones, palabras y pensamientos. Desde esta perspectiva, el karma no es un
castigo impuesto por el destino, es tan solo el resultado de nuestras
decisiones, incluso de las más pequeñas y aparentemente intrascendentes.
Si
cada vez que alguien nos molesta nos enfadamos, alimentaremos cada vez más la
ira, hasta que esa emoción se apropie de
nosotros. Si cada vez que alguien se queja, le seguimos el juego y nos
quejamos a su vez, terminaremos convirtiéndonos en quejicas crónicos.
Obviamente, de esa forma no podremos encontrar el equilibrio emocional que
necesitamos para ser felices.
¿Cómo
reaccionar para que no te arrebaten tu equilibrio emocional?
El
principal objetivo es lograr que las personas no jueguen con tus emociones
porque de esta forma les estás dando el control de tu vida, literalmente. De
hecho, se ha apreciado que pequeños desencuentros en nuestras relaciones
interpersonales provocan lo que se conoce como “caos cardiaco”. En práctica,
los estados de estrés, ansiedad, depresión o cólera hacen que la frecuencia del
ritmo cardíaco entre dos latidos se vuelva irregular o “caótica”. Y esa frecuencia
irregular se ha asociado con problemas de salud como la hipertensión, la
insuficiencia cardíaca, el infarto y la muerte súbita.
Por
tanto, tus reacciones no solo determinarán tu estado emocional sino que, a
largo plazo, también tendrán repercusiones sobre tu salud. Sin embargo, tampoco
se trata de permitir que las personas vulneren tus derechos y sufrir en
silencio mientras te arruinan la vida. La clave está en encontrar un
equilibrio, en darle a cada cosa su justa medida y no permitir que sean los
demás quienes dicten nuestros estados emocionales, sobre todo si estos nos
pueden hacer daño.
1. No te pongas a la defensiva. Cuando
percibimos que alguien nos “ataca” nuestra primera reacción es ponernos a la
defensiva. Lo que sucede es que el cerebro emocional ha tomado el mando y ha
decretado un estado de alerta. En ese caso, solo necesitarás un minuto, respira profundo y no respondas
inmediatamente. Así le darás tiempo a las zonas corticales a retomar el
control y podrás pensar con mayor claridad cómo hacerle frente a la situación
sin que se te vaya de las manos.
2. Acepta la situación. Hay personas que no puedes cambiar, intentar
hacerlo sería como nadar contracorriente. Asume esa realidad y no esperes
obtener demasiado de ellas. Recuerda que en muchas ocasiones tu peor enemigo
son las expectativas y tu incapacidad para reestructurar tu campo de acción
ante una situación inesperada. No se trata de darte por vencido sino de
reajustar tus expectativas y preguntarte: ¿Qué puedo obtener realmente de esta
situación? Cuando asumes que el mundo no siempre es como quisieras, evitas
combatir batallas perdidas de antemano.
3. Defiende tus derechos. Sin irritarte, hazle ver a la otra persona
que eres consciente de tus derechos y que no estás dispuesto a permitir que
pase por encima de ellos. En estos casos, la técnica del disco rayado se
convertirá en tu mejor aliada. Se trata de repetir todas las veces que sea
necesario tu opinión, pero sin perder la calma, de manera que la otra persona
comprenda que estás decidido a lograr lo que te pertenece por derecho.
4. Cambia la perspectiva. Si
no es un asunto por el que merece la pena discutir, es mejor cambiar argumento.
Al contrario, si es algo importante, puedes hacerle una pregunta que le haga
pensar sobre las consecuencias de sus acciones. De hecho, muchas personas no
son plenamente conscientes del alcance de sus palabras o decisiones, por lo que
de esta forma le estás animando a ver la situación desde otra perspectiva.
También puedes preguntar el porqué de tanta polémica, ira o resistencia. En
muchos casos, ponerle nombre a lo que está sintiendo nuestro interlocutor,
implica desarmarle, lo cual os permitirá hablar de forma más razonable.
5. Reacciona con la emoción opuesta. Se
trata de asumir una actitud más
tolerante, paciente, amable y humilde, aunque ello requiera un gran
esfuerzo de tu parte. Recuerda que responder
con ira solo aumenta la violencia. Al contrario, si la persona se da cuenta
de que no le seguimos el juego, probablemente se detendrá a pensar en sus
propias reacciones. Considera que a todos nos afecta lo que hacen las personas
que se encuentran a nuestro alrededor, por lo que una reacción paciente y
calmada puede hacer que la intolerancia y el enfado se desvanezcan.
6. Ponte en su lugar. No se trata de
excusar sus comportamientos sino de comprender que todos nos equivocamos y que
en ese momento es cuando más necesitamos de alguien comprensivo. Considera que necesitamos más amor y comprensión justo
cuando menos lo merecemos, porque es cuando estamos atravesando las situaciones
más difíciles. Piensa que tú también cometes errores y pierdes la
paciencia, y compórtate como te gustaría que los demás se comportaran contigo.
Quizás esa persona que tanto te molesta nunca cambie, pero al menos te
respetará por tu forma de ser.
7. Protege tu autoestima.
Lidiar
continuamente con personas difíciles puede ser muy desgastante y puede minar tu
autoestima. Por eso, es importante que te asegures de blindarla a prueba de
balas. Recuerda que Las opiniones que los demás tienen de ti no son una verdad
absoluta y no te definen como persona. De hecho, considera que sus ataques
incluso pueden ser un intento desesperado de alimentar su propia autoestima.
Céntrate en las personas que realmente te valoran y fomenta las cualidades que
te harán crecer. Olvídate del resto.
Fuente Jennifer
Delgado
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